domingo, 18 de noviembre de 2007

Sobre Potter y Margarita

Pottermanía
Por: Isabel Turrent
Para Daniel por sus cuervos.
Me convencieron las cifras y los chinos. Había resistido por años la presión de mi hijo pottermaniaco que colocaba sobre mi escritorio, uno tras otro, los ejemplares de Harry Potter después de leerlos, porque padezco una alergia aguda a los fenómenos publicitarios. Pero con el lanzamiento del séptimo y último libro de la serie, bajo el intraducible y macabro título Harry Potter and the Deathly Hallows, se publicaron también los números que la serie había vendido desde la aparición del primer libro en 1997: 325 millones de ejemplares. Demasiados para responder tan sólo a la publicidad, por más masiva, globalizada e inteligente que sea. Las expectativas que había despertado el anuncio del final de la historia habían generado fenómenos que tampoco podían explicarse totalmente con base en la campaña publicitaria que rodea al fenómeno Potter. Del otro lado del mundo, en China, varios escritores novatos habían decidido adelantarse a J.K. Rowling -la autora británica de Potter- y habían dedicado horas, más una notable imaginación y laboriosidad, al fraude literario. Entre el sexto y el séptimo libro de Rowling, en China se publicaron ilegalmente muchos potters que llevaban a Harry por otros senderos y en busca de otros destinos. Harry Potter y el Imperio Chino, Harry Potter y el Dragón Itinerante y Harry Potter y el Leopardo-Dragón son algunos de los títulos de autores chinos que pretendieron adelantarse a Rowling.
La única manera de saber qué había detrás de la publicidad, los números y Potter en China era leer los libros. Aproveché la asesoría de mi potteriano personal -que aceptó a regañadientes llenar los huecos de los libros que decidí no leer (toda concesión tiene sus límites)- y me senté a leer los abultadísimos (652 más 759 cuartillas) últimos dos ejemplares de la serie. Me consoló pensar, mientras me hundía en el mundo de muggles y magos, azkabanes y Hogwarts, unicornios y gigantes, sangres "puras" e "impuras", y hasta hechizos y varitas mágicas de Rowling, que, a fin de cuentas, ella había arado en un terreno muy fértil: la tradición de literatura fantástica en Gran Bretaña es larga y rica. Cuenta entre sus filas a Lewis Carroll, Aldous Huxley, George Orwell y J.R.R. Tolkien.
Rowling explota, con mucho éxito, el anhelo de mundos alternativos que ha acompañado a la humanidad desde siempre: la búsqueda de realidades pobladas de seres fantásticos donde todo puede suceder. El de Potter es un mundo alternativo que se vuelve accesible porque Rowling traza puentes concretos y simpáticos con la realidad cotidiana. Hogwarts es, además de una escuela de magia, un colegio donde se vive, se come, se aprende y se practican los mismos deportes que en cualquier internado inglés. Los magos irrumpen en el mundo de los muggles -los simples mortales- a través de los mismos canales que unen a minorías y mayorías en todas las sociedades: el amor y el sexo, y la política. Y el ministerio de magia es una institución burocrática e ineficiente, que padece los mismos males que los ministerios que desgobiernan a muchos países. Pero la clave del éxito de Potter está en la violencia y el enfrentamiento entre héroes y villanos: una nueva versión de la trillada lucha entre el bien y el mal. Aunque, inexplicablemente, Rowling se niega hasta el final a manchar de sangre las manos de Harry, ningún jovencito educado en la violencia de los videojuegos se sentirá defraudado leyendo a Potter. Es una historia oscura, llena de muerte, tortura y persecuciones, cuyo protagonista es un villano maravilloso. Tom Riddle -Voldemort es, sin duda, lo mejor que ha salido de la pluma de Rowling: guapo, hábil, inteligente, camaleónico, y perfectamente perverso.
Lo importante, sin embargo, es que la zaga de Potter contiene un mensaje político, a veces subliminal, a veces abierto, que todo niño debería absorber. Más allá de la magia, Voldemort y su mundo tienen sus raíces en la historia. Potter es una condena más a cualquier forma de tiranía: la tortura y persecución de aquellos de "sangre impura" tiene ecos de la Inquisición y del nazismo; una sociedad dominada por el terror policiaco y la censura refleja al totalitarismo soviético, y el afán de control sobre las mentes y de imponer una verdad única encarna en cualquier fundamentalismo político o religioso. En este mensaje, lo mejor del libro, Rowling es una digna heredera de Orwell y de Tolkien.
No lo es en el ámbito literario. La zaga de Potter es, si acaso, un buen trampolín para que sus lectores pasen de la literatura light a la Literatura con mayúsculas. La prosa de Rowling se arrastra por decenas de cuartillas pidiendo a gritos un editor. Es incapaz de la sutileza y los matices: los sentimientos de sus personajes, y ellos mismos, son planos. Los malos y los buenos son lo que son, sin fisuras. La historia se centra en los diálogos, porque Rowling no tiene la estatura para perderse en la descripción de paisajes, almas y situaciones. Voldemort es una copia del Big Brother de Orwell. Y el final, que tantas expectativas despertó, es un penoso lugar común: empalagoso y predecible.
Es una pena que editoriales y librerías no hayan aprovechado la cauda de popularidad de Potter para regalarle a sus lectores Literatura con mayúsculas, y poner a la venta las obras de Orwell y Huxley, y de dos libros que los antecedieron y que son proféticos, enigmáticos y profundamente originales: el Nosotros de Zamiatin y El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov

2 comentarios:

Anónimo dijo...

The Vishnu girl theme.

Sipder girl, spider girl!
Does whatever a spider can!
Goes to bed, wakes up dead!
She's fantastic; the spider girl!
O-MG!!!1! hERE cOmES the SpiDER gIRL!!

Unknown dijo...

Gracias Ileana!